VERANO EN FAMILY/CAP1
CAPÍTULO 1
Es curioso lo caprichosa que resulta a veces la genética. Mi madre Débora y su hermana, mi tía Davinia, son físicamente idénticas pero son totalmente opuestas en cuanto a forma de pensar, mentalidad y carácter.
Mi tía tiene 45 años, dos más que mi madre, y es una mujer extrovertida, vitalista e inquieta. No está casada, de hecho nunca le hemos conocido una relación larga con algún hombre.
Mi madre, en cambio, es mucho más tradicional, tranquila, tímida y hogareña. Su mentalidad está un tanto chapada a la antigua, seguramente por la estricta educación recibida en el colegio de monjas en el que estudió. Desde que mi padre nos abandonó a las pocas semanas de nacer yo, hace 17 años, nunca ha vuelto a tener pareja. Creo que aquello le causó tanto daño que jamás ha llegado a superarlo del todo y le aterra conocer a alguien y que le pueda pasar de nuevo lo mismo.
Tanto ella como mi tía son dos mujeres entradas ya en la madurez pero muy atractivas: de estatura mediana y de cuerpo esbelto, ambas tienen el cabello moreno y dos impresionantes ojos verdes que embellecen aun más su agraciado rostro. Pero aquí entra en juego una vez más la diferente forma de ver la vida de cada una: a mi tía le gusta vestir de forma moderna y juvenil y aparenta ser bastante más joven de lo que es. Por su parte, mi madre se echa años encima poniéndose prendas poco favorecedoras y muy pasadas de moda. La última diferencia reseñable es la de la puntualidad: Davinia siempre llega tarde a todos los sitios y nos hace esperar cuando quedamos para reunirnos los tres y pasar juntos un rato. Y, precisamente, esa impuntualidad fue lo que dio origen el verano pasado a algo que jamás olvidaremos.
Un sábado de primeros de julio habíamos quedado los tres para pasar el día en la playa. La idea surgió de mi tía, pues veía a mi madre un tanto estresada por el trabajo. A mí tampoco me iban muy bien las cosas: mi novia me había dejado un par de semanas antes y me pasaba todos los días desde entonces vagando como un alma en pena y casi sin ganas de salir de casa. Así que Davinia programó ese día playero para que nos relajáramos y nos olvidáramos de todo durante unas horas. Ella nos recogería en su coche a las 10 de la mañana para acudir a la playa más cercana a nuestra ciudad del sur de España.
El sábado, un rato antes de la hora fijada, mi progenitora y yo ya estábamos preparados esperando a mi tía. No recordaba la última vez que había ido a la playa. Mi madre no era muy aficionada a ir y yo prefería la piscina del chalet de uno de mis amigos.
El día antes tuvimos que ir al centro comercial para comprarnos trajes de baño. Débora no tenía ninguno y a mí se me habían quedado pequeños los del verano anterior. Mi tía nos acompañó a las compras, pues ella quería estrenar algún modelo.
Mi madre escogió un bikini negro y liso, siguiendo con su tónica de sobriedad habitual. Yo elegí un bañador tipo bermudas y de una conocida marca deportiva. Pero Davinia se empecinó en que me comprase otra prenda de baño más, que me regalaría. Como iba a pagarla ella, tuve que aceptar que, en efecto, la seleccionase por mí.
Éste te va a quedar perfecto- me dijo extendiéndome un bañador ceñido rojo, tipo bóxer.
Tita, a mí este tipo de bañadores como que no me gustan mucho. ¿No puedes escoger uno de otro tipo?- le indiqué amablemente.
No digas bobadas, Álvaro. ¿Tú te has mirado bien? Tienes un cuerpo muy bonito, eres alto y estás en plena juventud. Ese bañador así, ajustadito, te va a sentar fenomenal. Hazme caso- me comentó esbozando una sonrisa.
Al final logró convencerme y acepté esa prenda de baño.
Ella se compró un bikini de color azul eléctrico y otro de color blanco, cuya parte de abajo era en forma de tanga. Entre bromas lo cogió con la mano, lo abrió y me preguntó si me me gustaba para ella. Me hacía a mí esa pregunta porque necesitaba una opinión masculina.
Miré a mi madre, cuya cara reflejaba cierto rechazo e incomodidad ante la situación creada por Davinia. Viéndola así me limité a asentir con la cabeza.
¡Hijo, qué sosote eres!- exclamó mi tía ante mi mínima respuesta.
Me habría gustado ser más amable y expresivo con ella, pero la presencia de mi madre me cohibía. Sin embargo, al final me armé de valor y dije:
Vas a estar muy guapa con cualquiera de las prendas compradas. Te quedarán muy bien.
¡Hombre, sobrino, muchas gracias por el cumplido! Pero no me seas tímido: seguro que te gusta más el tanga, ¿verdad? Creo que me lo pondré mañana y esperaré tu opinión cuando me lo veas ya puesto- concretó mi tía.
Debo confesar que me excité un poco al imaginar a Davinia luciendo aquel minúsculo tanga blanco, cuyo escueto triángulo delantero cubriría poco más que su sexo y el trasero dejaría prácticamente al descubierto todo su culo. Fue la primera vez que tuve esa sensación de excitación con respecto a mi tía y ya de camino a casa me avergoncé de mí mismo por los pensamientos lascivos hacia ella.
Pero retornando al día de los hechos y, como dije antes, el sábado por la mañana esperábamos a mi tía desde antes de las 10. Los minutos pasaban y pasaban: 10.15, 10.30....Cuando faltaban escasos minutos para las 11, sonó el timbre del portero electrónico: era Davinia, que ya estaba en la puerta del edificio. Mi madre y yo cogimos inmediatamente las bolsas de playa y bajamos a la calle. En cuanto mi tía nos vio, nos pidió disculpas por el retraso. Se había quedado dormida y no había escuchado el despertador. Restando importancia a lo sucedido, mamá y yo nos subimos al coche y Davinia arrancó el vehículo para emprender el viaje. Eran unos 100 kilómetros, de modo que tardaríamos unos 90 minutos en llegar. Durante el trayecto noté a mi madre bastante animada y eso me gustó: le vendría bien desconectar de tanto trabajo y sonreír un poco. Gracias a ese buen ambiente reinante, el trayecto se nos hizo corto. Bajamos del coche y caminamos unos metros hasta la entrada de la playa. Pero al llegar, la arena estaba atestada de gente. Sería casi misión imposible encontrar un palmo de arena tranquilo donde extender nuestras toallas sin tener que estar pegados literalmente a otros bañistas.
Sinceramente, esperaba pasar un día tranquilo sin tanta aglomeración. Entre lo tarde que hemos llegado y que parece que a todo el mundo le ha dado por venir hoy a tomar el sol, resultará imposible que estemos cómodos aquí- expuso mi madre.
Tienes razón, hermana. No sé qué vamos a hacer. La playa más cercana está cerrada al baño por un reciente vertido de petróleo. Tal vez eso haya originado que ésta de aquí esté hoy atestada.
No sé, se me ocurren tres opciones- comentó mi tía.
¿Cuáles?
Una, la peor, es regresar a casa y dar por perdido el día. La segunda sería quedarnos aquí y pasar la jornada como buenamente podamos, tal vez buscando una zona algo menos saturada de bañistas, aunque lo veo difícil- agregó Davinia.
¿Y la tercera?
¿La tercera....? A ver: aquí cerca, a unos 20 kilómetros, hay otra playa, es una especie de cala pequeña y tranquila, no muy conocida por la gente. Sé que existe porque me apareció en un plano en internet que consulté ayer.
¡Pues ya está resuelto! Vamos a esa cala. Si son sólo 20 kilómetros, no tardaremos mucho en llegar- exclamó aliviada mi madre.
Ya, pero es que existe un pequeño “problemilla”.
Mi madre y yo miramos a mi tía un tanto extrañados y esperando una aclaración.
No te vayas a escandalizar, Débora, que te conozco. Se trata de un playa.....nudista.
¿Qué? ¿Estás loca? ¿Tú te crees que yo voy a ir a una de esas playas y a quedarme en pelotas? Es más, ¿piensas que voy a hacer eso delante de mi propio hijo y que él esté desnudo también? Mira, Davinia, puedes hacer lo que te dé la gana, pero Álvaro y yo nos vamos a casa. Si es necesario, tomaremos un bus para volver- estalló mi madre, indignada.
Todo el buen ambiente del trayecto a la playa se había esfumado en unos segundos.
Débora, no seas así. Es eso o volvernos los tres a casa, a la rutina, al tremendo calor de la ciudad. Te prometo que buscaremos en esa playa un sitio muy solitario, nadie nos molestará. Sólo estaremos nosotros. Es más, si lo deseas, no te desnudes. Supongo que habrá un letrero indicando la obligación de no usar traje de baño, pero mientras no haya gente por allí, no habrá que cumplir eso.
Mi madre seguía con la cara airada pero guardó silencio. Parecía que estas últimas palabras de mi tía habían hecho algo de mella en su forma de pensar.
¡Venga, hermana, no me seas así, tan anticuada! No tendrás que desnudarte. Por favor, confía en mí. Disfrutemos del día- dijo Davinia tratando de convencerla.
Mamá pareció relajarse un poco y en su rostro se empezaba a desdibujar ese rictus serio que se le había puesto desde hacía un rato. Yo me mantenía callado, sin opinar, esperando la contestación definitiva de mi madre.
¡Puffff...! Está bien, pero siempre y cuando nos pongamos de verdad en una zona totalmente vacía, sin nadie cerca. Además, ya te anuncio que no me pienso despojar del bikini. Estás loca, si piensas que haría eso. Y, por supuesto, Álvaro también se dejará puesto su bañador. Espero que tú tampoco te desnudes con él delante- terminó diciendo mi madre, aceptando así a regañadientes la propuesta de su hermana.
Mi tía sonrió complacida justo antes de preguntarme:
Y a ti, Álvaro, ¿te parece bien la idea?
Por fin una de las dos me pedía opinión tras toda la discusión.
Sí, tita, me parece buena idea. Lo importante es que pasemos los tres un día agradable. Lo demás son chorradas y enfados estúpidos que no conducen a nada- respondí.
Tienes toda la razón, mi vida, Pues venga, subamos de nuevo al coche, que ya hemos perdido bastante tiempo entre una cosa y otra- comentó Davinia antes de abrir la puerta del vehículo y sentarse al volante. Mi madre y yo subimos a continuación y nos dirigimos, al fin, hacia esa cala propuesta por Davinia.
Tardamos un poco más de lo normal en recorrer 20 kilómetros de distancia en coche, pues la carretera que conducía hacia la playa era secundaria y estrecha. Durante el trayecto empecé a darle vueltas a la situación que se podría vivir cuando llegáramos a la cala. Por muy tranquila que fuera, estaba seguro de que habría más personas por allí y estarían tomando el sol desnudas. No le había dado mucho crédito a las palabras de mi tía: me sonaron a un puro intento de convencer a mi madre. Una vez que estuviéramos allí, se podría montar un buen numerito. Pero al margen de este pensamiento, empezó a rondar por mi cabeza la posibilidad de quedarnos finalmente en dicha cala y con todas sus consecuencias.
Desde que mi novia me había dejado, mi deseo sexual había desaparecido casi por completo: no había vuelto a tener sexo, ni a masturbarme....., absolutamente nada. Sin embargo, sentado en el coche, comencé a experimentar ciertos cambios: el saber que acudiríamos a una playa de ese tipo, la posibilidad de que Davinia llevara puesto el tanga tan provocativo que había comprado el día anterior y pasar el resto de la jornada junto a ella eran ideas que me venían a la mente y que provocaron que me calentase un poco. Me reproché a mí mismo fantasear sexualmente con mi tía, pero no lo pude evitar.
Al fin el coche se detuvo: la carretera acababa a unos 500 metros de la playa, según se leía en el letrero informativo. Sacamos del maletero nuestras mochilas y bolsas y emprendimos a pie, por un camino de tierra, el resto del trayecto bajo un sol de justicia que empezaba a bañar nuestros cuerpos en sudor. Tras unos minutos de caminata, llegamos a la playa. El lugar era precioso, rodeado de pinares y arbustos frondosos. La brisa marina empezó a calmar la sensación de asfixia que traíamos encima. Bajamos por una hilera de tablas y accedimos a la arena de la playa. Inmediatamente observé que, en efecto, el lugar estaba en ese momento vacío. Únicamente una familia formada por el padre, la madre y dos hijos, niño y niña, se encontraban a nuestra derecha, a unos 300 metros. Los cuatro estaban totalmente desnudos. No había nadie más. Mi tía y mi madre no tardaron en percatarse también de la presencia allí de ese joven matrimonio y de sus hijos. Esperé un poco para ver la reacción de mamá: se quedó unos instantes mirando a la familia pero no dijo nada, aunque en su rostro se podía adivinar cierto malestar por lo que estaba viendo.
Davinia, en cambio, se lo tomó de lo más natural y rápidamente soltó su bolsa sobre la arena.
Nos quedamos aquí mismo, ¿no? Después de la caminata no me apetece andar mucho más- nos propuso.
Me pareció buena idea y asentí con la cabeza. Mi madre se encogió de hombros, un tanto indiferente y apática. Así que nos quedamos en aquel lugar, a unos 10 metros de las tablas de madera que facilitaban el acceso a la arena de la playa. Davinia comenzó a sacar de su bolsa la toalla y la crema bronceadora. Lo mismo hicimos luego mamá y yo. Tras extender nuestras toallas, empezamos a quitarnos la ropa. Me desprendí de la camiseta azul que llevaba puesta, la guardé en la mochila y a continuación me descalcé de las chanclas. Mi madre se despojó del vestido verde floreado y se quedó con el bikini negro. Su cuerpo lucía precioso con ese traje de baño. Pese a que ya había entrado en la madurez, todavía conservaba esa bonita figura de cuando era más joven.
Davinia había estado rebuscando unos chicles dentro de su bolsa y aún no había comenzado a desnudarse. Cuando empezó a hacerlo, se quitó primero el short vaquero. Ante mis ojos apareció el minúsculo tanga blanco comprado el día anterior en el centro comercial. La diferencia estaba en que ahora ya no lo llevaba en la mano, sino puesto, ceñido a su cuerpo y a su entrepierna. Sabía de sobra que era mi tía, pero uno no es de piedra y comencé a excitarme con las vistas que me estaba regalando. Mis miradas se dirigieron a su culo, entre cuya raja se hundía hasta el fondo la tira de la prenda, dejando a la luz sólo el escueto triángulo trasero. Esas nalgas desnudas y macizas impedían que pudiese apartar mi atención de ellas.
Observé de reojo a mi madre y me sorprendió no ver en su cara síntomas de asombro o de estar escandalizada. Supuse que, al estar ella también presente cuando mi tía adquirió el tanga, daba por hecho que Davinia lo llevaría. Respiré aliviado por no haberse producido un nuevo enfrentamiento dialéctico entre ambas.
Mientras mi tía guardaba su short, yo me quité las bermudas quedándome únicamente con el bañador rojo tipo bóxer ajustado a mi cuerpo. Inmediatamente Davinia se fijó en mí y, más concretamente, en mi prenda que ella misma me había regalado.
Ya veo que te lo has puesto. Pensé que te arrepentirías y que no lo usarías hoy. ¿Te has visto? Te queda perfecto, como ya pronostiqué ayer- dijo.
En cierta forma tenía razón: la verdad es que no me quedaba mal. Me lo había probado la noche antes en casa y me sentí a gusto con él y cómodo.
¿Has visto el cuerpo que se gasta tu hijo? Y ese culito....¡Uffffff! Anda que si yo no fuera su tía se me iba a escapar vivo- le indicó a mi madre, halagándome.
Fue entonces cuando observé que Davinia le echó un vistazo fugaz a mi paquete y puso cara de sorpresa, pero de sorpresa positiva, tal como reflejaba esa sonrisa pícara que se le dibujó en su rostro. El hecho de verla con ese tanga tan sensual había provocado que mi miembro se hinchara un poco bajo el bañador y estuviera en estado de semierección. Fue lo que atrajo la atención de mi tía, siempre tan astuta y sagaz.
Temí por unos instantes que hiciera algún comentario jocoso al respecto delante de mi madre, pero afortunadamente se contuvo.
Anda, ven aquí que le dé un beso a mi sobrino preferido- me pidió, abriendo sus brazos para abrazarme.
Davinia siempre era muy efusiva y cariñosa, pero no comprendía en base a qué venía ahora eso del beso y del abrazo, sin motivo aparente. Como veía que no me decidía del todo, me insistió:
¿Qué pasa? ¿es que ya no puedo darte un beso?
Me acerqué a ella, me abrazó con fuerza y me besó en la mejilla. Yo le devolví el beso. Durante el abrazo estrechó tanto su cuerpo contra el mío que noté cómo mi entrepierna entraba en contacto con la de mi tía: el bulto que se me había ido formando bajo el bañador quedó pegado al triángulo delantero del tanga de Davinia. Fue sólo un breve instante, pero estaba casi seguro de que ella habría sentido el roce con mi miembro.
Eres una ricura, sobrino- me piropeó antes de dar por terminado el abrazo y soltarme.
Acto seguido comenzó a quitarse la camiseta negra sin mangas que llevaba puesta. La agarró por abajo y comenzó a subirla lentamente. Primero quedó al descubierto su vientre, luego su redondo ombligo y, ante mi asombro, apareció por último la desnudez de sus tetas. Me quedé con la boca y los ojos abiertos por completo. No esperaba que mi tía hiciera topless, nunca antes había estado con ella en la playa y ahora tenía ahí, a menos de un metro los dos turgentes y espectaculares pechos de Davinia coronados por las oscuras aureolas de color marrón de cuyo centro sobresalían los erguidos pezones. Mi tía introdujo la camiseta en la bolsa y se quitó el reloj de pulsera. Yo seguía preso del asombro, incapaz de dejar de mirarla. De repente, la voz de mi madre rompió el silencio:
Davinia, ¿eso es necesario?
¿El qué?- preguntó mi tía.
Pues que vayas a tomar el sol con los senos al aire.
¡Hermana, a ver cuándo abres un poco tu mente! ¡Por Dios, que ya no estamos en la Edad Media! De verdad que me alegro de que papá no me llevara al colegio de monjas en el que estudiaste- replicó mi tía.
Mira, Davinia, a mí, sinceramente, me da igual cómo te quieras poner a tomar el sol, pero es que no estamos solas, también está Álvaro.
Tras pronunciar mi nombre, mamá guardó silencio.
O sea, que es eso, ¿no? Es por la presencia de Álvaro- apostilló mi tía.
Empecé a incomodarme al ver que era, en gran parte, el motivo de la nueva discusión. Preferí no intervenir y esperar a ver cómo evolucionaban los acontecimientos.
Débora, mi sobrino ya es mayorcito, aunque tú a veces no quieras darte cuenta. Ya no es ningún crío y no creo que se asuste ni se escandalice por verme las tetas. Dices que a ti realmente no te molesta y que te parece mal por Álvaro. Pues bien, la solución es sencilla: le preguntamos a él si le incomoda que yo haga topless. Si le molesta, saco el sujetador de la bolsa y me lo pongo; pero si no, me quedo así- expuso Davinia.
Mi madre se quedó pensando durante unos segundos pero luego, un tanto resignada, terminó por aceptar la propuesta de su hermana.
A ver, Álvaro, dime la verdad, ¿te molesta que tu tía esté en topless? Por favor, contesta libremente, como si Débora no estuviese delante.
Davinia me acababa de poner en un gran aprieto. Respondiera lo que respondiese le iba a sentar mal a una de las dos. Permanecí callado unos instantes, mientras ellas me miraban impacientes por oír mi respuesta. Tras respirar profundamente y tomar aire, dije con voz temblorosa:
Tita, por mí puedes tomar el sol como quieras. No me importa que hagas topless delante de mí.
Una sonrisa cómplice y de satisfacción se dibujó en el rostro de Davinia; mi madre, en cambio, se mantuvo callada sabedora de que sus argumentos esgrimidos se habían evaporado con mis palabras.
Entonces, zanjado definitivamente el tema. Me muero de calor. No sé vosotros pero yo voy a bañarme. ¿Me acompañáis?- preguntó mi tía intentando dar por concluida la discusión y pasar página.
Yo también estaba deseando meterme en el agua y refrescarme debido al calor meteorológico y al sofoco vivido por la tensa situación anterior.
Vamos, hermanita, al agua tú también- animó Davinia a Débora, que ya se había sentado sobre la toalla. Mi tía le extendió los brazos para ayudarla a que se levantara y en claro gesto conciliador. Respiré aliviado cuando mi madre agarró las manos de su hermana y se impulsó para ponerse de pie y unirse al baño con nosotros.
Parecía que al fin la situación volvía definitivamente a la normalidad. Dentro del agua pasamos unos minutos agradables, incluso antes de salir bromeamos entre nosotros tirándonos agua con las manos a la cara y a los ojos. Me alegré de ver que mi madre empezaba a relajarse y a disfrutar. Desde que se había iniciado la discusión sobre el topless de mi tía, yo no había tenido ganas ni atrevimiento de volver a mirar directamente sus pechos ni su cuerpo semidesnudo. Sin embargo, una vez calmado todo, las miradas hacia el diminuto tanga de mi tía y hacia sus pechos habían reaparecido por mi parte. También me percaté de que, mientras salíamos del agua, mi madre había observado varias veces a su hermana. Sin embargo, no con la cara de desaprobación de antes, sino con la de cierta admiración hacia el bonito cuerpo que lucía Davinia. ¡Como si ella misma no lo tuviera igual de precioso! Una vez fuera del agua noté el contraste de temperatura, sentí frío y di una carrera hacia la toalla. Mientras me secaba, observé cómo mi madre y mi tía se acercaban caminando sobre la arena. Parecían dos auténticas sirenas: el cabello suelto y mojado, la piel brillante por la humedad del agua y por la iluminación de los rayos de sol, las caderas de ambas moviéndose casi al compás....Mis ojos se fijaron entonces en los pechos de mi tía: firmes y duros, de ellos sobresalían aun más que antes los pezones, totalmente tiesos. Cuando al fin llegaron a mi posición, bajé la mirada a la entrepierna de Davinia: tenía el blanco e inmaculado tanga totalmente pegado a su piel al estar empapado tras el baño. Los labios vaginales se le marcaban con bastante nitidez, al igual que la raja de su sexo. No se apreciaba rastro alguno de vello púbico, lo que evidenciaba que llevaba su sexo completamente depilado. Mi madre no se percató de ello y comenzó a secarse enseguida, ajena a mis miradas. Pequé de descaro y Davinia terminó dándose cuenta de que estaba fijándome en su entrepierna. Me pilló con las manos en la masa.
Tras darse cuenta de dónde estaban clavados mis ojos, agachó la vista, observó la parte delantera de su tanga y descubrió lo que yo llevaba mirando desde hacía unos segundos. Se separó un poco la prenda de la piel, evitando así que que la transparencia fuera tan exagerada como antes. Me miró de nuevo y me puse rojo de vergüenza. Había metido la pata hasta el fondo dejándome pillar de esa manera. ¿Qué pensaría ahora mi tía de mí? Ella se hizo un poco la loca en un primer momento pero luego vi perfectamente cómo sus ojos se dirigieron con disimulo a mi paquete. Al igual que le había ocurrido a ella, mi bañador rojo se me había pegado al cuerpo y mi pene, empalmado por las vistas que yo había tenido de mi tía, se marcaba en todo su esplendor bajo la prenda mojada.
Al parecer no era yo el único que estaba mirando donde no debía. Todavía con el rubor en el cuerpo por lo ocurrido, terminé de secarme al igual que Davinia y mi madre.
Como no nos pongamos crema protectora, nos vamos a achicharrar- comentó mi madre, mientras sacaba de su bolsa un bote de protección solar.
Davinia también sacó el suyo y empezó a extender la blanca loción por su cara y sus brazos.
¿Puedes ponerme un poco por la espalda?- le pidió mi madre a su hermana.
Mi tía cumplió inmediatamente la petición, embadurnó con la crema los hombros y la espalda de mamá y la extendió uniformemente hasta llegar a la parte baja de la espalda, donde ya cubría la braga negra del bikini. Me había dejado mi bote de loción en casa y así se lo hice saber a mi madre. Mi tía lo oyó y me dijo:
No te preocupes que ahora, cuando termine con Débora, te pongo yo de este mismo bote.
Esperé unos instantes a que terminara de aplicarle crema por la parte trasera de las piernas y, una vez que finalizó, se acercó a mí. De nuevo el corazón me latía más rápido de lo normal. Davinia se situó detrás de mí y empezó a echarme crema: con delicadeza sus manos masajeaban mi cuello y mis hombros, que notaron rápidamente el frescor de la loción protectora. Miré de reojo a mi madre, que observaba la acción de Davinia con suma atención. Lentamente las manos de mi tía empezaron a bajar por mi espalda, aproximándose a mi cintura. Se saltó la parte cubierta por el bóxer, se puso en cuclillas y me cubrió de crema el inicio de los muslos, desde detrás hasta la cara interna. Ya me había rozado las nalgas y ahora su mano, que se perdía entre mis piernas, impactó varias veces contra la parte baja de mi paquete.
El magreo al que me estaba sometiendo mi tía provocó que mi verga se empalmase ya por completo. La sentía grande y gruesa bajo el bañador y rozaba el elástico de la cintura.
Me puso crema por las corvas, por las pantorrillas y por los gemelos hasta llegar a los tobillos.
Mi madre había extraído de su bolsa un libro y lo leía, pareciendo como si hubiese aparcado la vigilancia hacia nosotros. Luego, Davinia se incorporó y pensé que su proceso de poner crema ya habría terminado. Temiendo que pasara ahora a la parte delantera de mi cuerpo y que descubriese lo tremendamente empalmado que estaba, le dije:
Tita, ya sigo yo por delante, no te preocupes.
¡Anda, no digas tonterías! ¿Qué más me da seguir? Venga, date la vuelta.
Si me giraba, no iba a tener forma de ocultar mi excitación. Aunque mi tía ya me había visto antes, ahora la cosa estaba todavía más exagerada. Me di la vuelta y tenía a Davinia casi pegada a mí. Nuestros pies estaban en contacto y sólo un par de centímetros impedían que sus pezones chocaran contra mi pecho. Comencé a sentir la crema en mi frente. Cerré los ojos y la aplicó en mi nariz, en los pómulos y en las mejillas. La mano empezó a descender por mi tronco, rozando primero uno de mis pequeños pezones, luego el otro. La bajada continuó hasta el ombligo. Mi excitación iba en aumento y más aun cuando Davinia se puso en cuclillas delante de mí. Sólo deseaba que acabase de una vez, no quería soportar ese pudor de estar con el pene todo tieso ante mi propia tía.
Pero ella parecía no tener prisa: se echó más crema en la mano y se dispuso a extenderla por la parte delantera de mis piernas. Bajé la vista y comprobé cómo mi tía tenía la mirada clavada en mi entrepierna. La expresión de su cara no denotaba disgusto o extrañeza. Observé perfectamente que una pícara sonrisa se apoderaba de su rostro. Mantuvo su atención en mi hinchado bulto, mientras retomaba la extensión de la loción protectora y le propinaba un suave roce, aparentemente accidental, a mi polla.
Cuando se levantó, respiré aliviado porque creía que ya me dejaría en paz y podría tumbarme en mi toalla boca abajo para ocultar mi erección. Pero erré por completo en mi pensamiento: tras dar un par de pasos hacia mi toalla, la voz de mi tía hizo que me parase en seco:
Álvaro, ¿piensas dejar que tu pobre tía se queme bajo este sol de justicia? No soy un pulpo y no llego con las manos a toda mi espalda.
Sinceramente, yo no sabía si todo lo que estaba haciendo Davinia era algo intencionado o casual, aunque cada vez más sospechaba que se trataba de lo primero: para todo tenía un argumento, una salida o una justificación.
Me encaminé de nuevo hacia ella y me extrañó que mi madre ni siquiera alzara un poco la vista del libro para mirarnos. En vano me quedé esperando un comentario suyo que impidiese que tuviera que ponerle crema a mi tía. Yo estaba ardiendo y sabía que en cuanto tocase a Davinia la cosa se pondría todavía peor. Ya no aguanté más esa tensión mental entre lo correcto y lo incorrecto y opté por liberarme de una vez del pudor y del miedo y por dejar que las cosas transcurriesen como tuvieran que transcurrir.
Davinia me entregó el bote de crema y me ofreció su espalda desnuda para que empezara a aplicarle la protección solar. Me eché una generosa cantidad sobre la palma de la mano y empecé a extenderla por el cuello y los hombros. Escuché un leve suspiro de mi tía, mientras mi mano se deslizaba por toda esa zona de su anatomía. Noté que se sentía a gusto con ese pequeño masaje que le estaba dando durante la aplicación de la crema, así que repetí de nuevo la acción antes de comenzar a descender por la espalda y por la parte trasera de los brazos. Poco a poco me acerqué a la cintura de Davinia, justo donde se encontraba el elástico de su tanga. La sensación de suavidad de la piel de mi tía era increíble y seguía excitadísimo acariciando su cuerpo. Sin embargo, me cohibí un poco cuando llegó la hora de ponerle crema en las nalgas, me salté esa zona y pasé directamente a los muslos. Pero mi tía reaccionó inmediatamente:
¿Qué pasa con mis nalgas? ¿Las vas a dejar sin crema?
Con esta pregunta no tuve más remedio que echarme más leche solar en las manos. Puse el bote entre mis dos muslos para sujetarlo y empecé a esparcir la crema por los macizos glúteos de Davinia. Mi calentón aumentaba conforme le magreaba el culo y mi polla comenzó a palpitar bajo mi ajustado bañador.
Pon otro poco más, que no quiero que se me quede el pompis colorado- me pidió riéndose.
Esta última petición llamó la atención de mi madre, que dejó de leer por unos momentos y se puso a contemplar la situación. La mirada atenta de mi madre hizo que en esta ocasión no disfrutase tanto a la hora de restregarle la protección solar a Davinia. Cuando al fin mamá retomó la lectura, deslicé la mano por la parte baja de los glúteos con mucho disimulo, esperando la reacción de mi tía. Quería confirmar de una vez y con certeza si todo aquello era parte de un juego de provocación al que me estaba sometiendo.
Davinia no tardó en separar las piernas en un claro gesto de que deseaba que siguiera por ahí. Rocé la tira del tanga primero de forma suave, luego de manera más fuerte y descarada y, tras asegurarme de que mi madre no miraba, pasé la palma de mi mano por el sexo de mi tía sobre el escaso tejido del tanga que cubría su entrepierna. Un nuevo suspiro, éste más profundo y prolongado, salió de la boca de Davinia. Mi hinchadísima verga no dejaba de latir como si tuviese un corazón propio.
No quise ser muy descarado y fui apartando la mano para terminar de extender la crema por la parte trasera de las piernas. Cuando finalicé, mi tía se giró y yo, con cierta inocencia, le entregué el bote de crema. Estaba casi cara a cara con ella, separados por muy poco espacio. Los dos nos quedamos quietos y yo con la mano extendida aguardando a que mi tita me cogiese el bote. Pasaron unos segundos y ella seguía impasible, como si esperase algo. Me quedó entonces claro que lo que quería era que también le aplicase loción por delante, por sus buenas tetas.
Pero no tuve agallas de hacerlo en ese momento: mi madre miraba de nuevo y tuve miedo de que si le tocaba los pechos a mi tía, saltara con un nuevo discurso moralizador y, esta vez, con cierta razón, pues Davinia podía perfectamente ponerse crema por delante ella sola. Al ver que yo no me decidía a hacer nada, mi tía tomó el bote y empezó a ponerse crema por toda la parte delantera. Sinceramente, maldije mi cobardía, el no haberme atrevido a aprovechar la situación que se me había presentado y con el beneplácito de mi propia tía. Pero el temor y el respeto a mi madre eran muy grandes. Me conformé con contemplar de cerca cómo los dedos de Davinia rozaban los pezones y masajeaban los senos hasta dejarlos cubiertos de una fina capa de loción blanca. Terminó de untarse crema por las piernas y guardó el bote en su bolsa. Tras lanzar un descarado vistazo a mi paquete, dio un par de pasos hacia donde se encontraba su toalla y se quedó de pie delante de ella mirando al mar. Yo estaba “salido” como un perro, nunca antes me había notado así. No podía continuar de esa manera, con todo mi pene empalmado y los testículos duros. Necesitaba desahogarme, satisfacer mis deseos sucios en este caso por tratarse de mi tía. Tenía la imperiosa necesidad de masturbarme hasta que derramase la última gota de leche y eso me propuse hacer.
Tras lanzar un par de miradas más a aquellos dos buenas tetas que mi tía tenía en ese momento como pezones y otras tantas a la raja del culo entre la que se hundía la tira blanca del tanga, le dije a mi madre:
Mamá, ahora vuelvo. Voy a hacer un pis entre los arbustos de la entrada de la playa.
Inmediatamente me dirigí en diagonal hacia dicha zona notando a cada paso la dureza de mi miembro bajo el bañador. Recorrí un par de metros más sobre la fina y dorada arena, llegué a los arbustos y me metí entre ellos. Eran lo suficientemente frondosos como para que no me pudieran ver. Tras pasar la primera capa de matorral, había un pequeño claro y elegí esa zona para estar más cómodo. Me bajé la prenda de baño y la dejé tirada en la arena. Me quedé completamente en pelotas, con toda mi verga fuera, erecta y apuntando hacia arriba. La cabeza de mi nabo brillaba de humedad bajo los rayos de sol. Llevé la mano derecha a mi miembro, lo envolví con ella, cerré los ojos y empecé a pensar en mi tía: sus dos magníficas y espectaculares tetas, el oscuro color de las aureolas, la forma erguida y dura de los pezones...Mi mano comenzó a agitar lentamente el pene, deslizándose sobre la piel desde la punta hasta la base. El rojizo y pringoso glande quedó rápidamente al descubierto, mientras yo le daba un poco más de brío a la masturbación. En mi retina apareció entonces la raja del coño de Davinia transparentada bajo el empapado tanga claro y los deliciosos labios vaginales, tan gruesos y sugerentes. Mis dedos quedaron pronto manchados por el flujo que manaba del glande, cuyo pequeño agujerito central no paraba de escupir pequeñas burbujas de líquido.
En pleno goce, una voz femenina se escuchó a mi espalda:
¡Vaya, vaya con mi sobrino.....!
CONTINÚA

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