UNA VECINA CON SECRETOS/CAP6

 

 

CAPÍTULO  6






Respondió la muy cínica de Anastasia, con esa sonrisa que siempre olía a burla!!






- Acabo de tragarme un buen pescado... sabía delicioso, amor. Ahorita me lavo los dientes... - Lo dijo como si nada, pasaba desapercibido para cualquiera, pero detrás de esas palabras flotaba un hedor brutal, animal, a semen desbordado.






El miércoles por la mañana fue a trabajar con la mente hecha mierda, noqueada. Sus fantasías podridas y el morbo maldito se esparcían como humo negro por sus entrañas, retorciéndole la calma, arrancándole la concentración a mordidas...








Se había pasado de la raya al compartir con su joven vecino fantasías tan íntimas, traicionando con ello a su marido, poniéndole los cuernos, por mucho que tratara de convencerse de que sólo se trataba de un juego morboso, un simple desahogo verbal!!







Pero las palabras pesaban como carne húmeda en su lengua, y cada recuerdo la atravesaba como un puñal caliente. Por un lado, se sentía culpable y sucia, como si llevara pegada a la piel una mugre invisible que ningún jabón pudiera arrancar. Por otro, percibía una excitación eléctrica, salvaje, que corría desde su bella cara hasta las ingles como un latigazo prohibido.








El aire de la oficina estaba cargado, apestaba a papel viejo y llantas. Puso en orden el montón de papeleo que le tenía preparado su jefe mientras él, ajeno a su tormenta interna, se ocupaba de poner a punto algunos trabajos atrasados.





Sus manos temblaban al pasar las hojas, como si cada documento fuese un recordatorio de la mentira que ahora habitaba en su mente cochina.






La pluma raspaba el papel, pero en su cabeza lo único que escuchaba eran jadeos, gemidos, palabras soeces que le había confesado al muchacho sin pensar en las consecuencias. Le ardía la cara, le ardía el coño, y le ardía la conciencia. “Soy una puta sin remedio”, se repetía, mordiéndose el labio, al mismo tiempo que una parte de ella sonreía con descaro por dentro.







El reloj marcaba las diez y media de la mañana. El murmullo de la oficina le parecía una burla, los teclados repiqueteaban como si se rieran de su secreto, los neumáticos lanzaban sus gemidos mecánicos como si imitaran los ecos de lo que ella deseaba volver a escuchar en carne viva.






Cada vez que intentaba concentrarse, la imagen del vecino Pedri regresaba, con su juventud insolente, con su mirada hambrienta. Y ella, la “señorita decente”, la esposa fiel, se retorcía por dentro sabiendo que tarde o temprano volvería a buscar el abismo de ese juego sucio.






Los clientes solían ser muy exigentes. Pero se abstraía recordando cada detalle de las escenas vividas con el guapisimo de Pedri y el trabajo se le iba acumulando.






Miró por las cristaleras que daban al taller y lo vio ahí, acuclillado, poniendo un neumático. La camiseta blanca estaba manchada de grasa y se le pegaba al torso ancho, marcada por las manchas oscuras de sudor viejo. Los pantalones caídos dejaban asomar casi la linea del trasero, como esos tipicos albañiles.






Ella se quedó embelesada, como una idiota atrapada en un hechizo obsceno.
Su jefe tenía 60 años, robusto, grueso, el cuerpo gordo. La barriga picuda y dura, como un tambor de carne, lo hacía ver aún más imponente, como un toro humano.
La cabeza redonda, el cabello rizado y el bigote arqueado de camionero lo hacían parecer una caricatura sacada de esas películas mexicanas viejas, sudorosas, cargadas de machismo barato y lujuria escondida.







Pero en esa vulgaridad había algo que le provocaba un calor extraño, un morbo sucio que le subía por las piernas. Ese cuerpo decadente, peludo y barrigón, la excitaba de una forma que no quería confesar ni en voz baja... Lo miraba y se le apretaba el vientre, imaginando el olor a grasa, a cigarro y a sudor que debía salir de ese cuerpo.






Se sintió una perra mirándolo así, deseando lo que debería darle asco!!! Pero en lugar de apartar la vista, se mordió el labio y dejó que la mente se ensuciara sola, acariciando con la mirada cada pliegue, cada mancha, cada exceso de ese viejo.







Tenia que resultar asqueroso para una mujer tan guapa como ella, pero le ponía la situación.... era un viejo algo gordo con un culo gordo. muy excitada!! se bajó la bragueta del pantalón vaquero y metió la mano por el lateral de las bragas acariciándose el coño delicioso que tiene, masturbándose con el cuerpo de su patrón.







No había nadie en el taller y le tenía de frente, acuclillado, de espaldas. Con lo baboso que era, si supiera que ella estaba masturbándose bajo la mesa.













Al correrse en la mano, la retiró subiéndose la bragueta y se lamió los dedos tragándose todos sus jugos entre sus dedos, aún embelesada con mirada en el cuerpo de su jefe. En sus labios gruesos corria todo el liquido de sus jugos y baba, ella misma jugaba con sus labios...!!! parecía una autentica putilla con la boca...













Entendió, con un escalofrío que le recorrió todo su voluptuoso cuerpo, que Pedri la estaba arrastrando a un abismo del que ya no había vuelta atrás.... La estaba pervirtiendo con una maestría brutal, convirtiéndola en una golfa sin remedio, en una mujer atravesada por impulsos que ya no podía contener.







Se sorprendía a sí misma fantaseando con escenas que la llenaban de vergüenza y de un fuego enfermizo!!! besar la boca de su marido después de haber probado lo más impúdico de otro hombre; saborear lo prohibido y luego fingir normalidad, jugar con lo repugnante como si fuera un manjar secreto.







Recordaba con un temblor casi eléctrico la obscenidad de aquella ensalada, permitir que se comiera la ensalada tras pasarla por toda su pantufla mojada sobre ella, la mezcla de lo cotidiano con lo sucio, lo vulgar transformado en ritual erótico. Esa perversión absurda la excitaba tanto como la hundía en la culpa. No era ya sólo sexo, era una especie de liturgia grotesca en la que el deseo se revolcaba con la repulsión.






Y sin embargo, cuanto más asco le daba, más atrapada estaba. Pedri la estaba moldeado a su antojo, la había domado como una bestia que ahora rugía por dentro, pidiendo más, siempre más!!







Y ya, para colmo... desbordada, masturbándose con el cuerpo gordo de su jefe, un tipo que casi le doblaba la edad, un tipo físicamente gordo. Trató de poner en orden algunas facturas y apartar de su cabeza los sucios pensamientos.








Le llamarón al jefe y fue a llevarle el inalámbrico. Estaba desarmando un motor y permanecía inclinado. Ella se detuvo tras él, mirándole su cuerpo.






- Gracias, y espabila, hay mucho trabajo en la oficina.





-    Sí!! Diga!!




Un rato más tarde le vio ir hacia el lavabo, un pequeño baño, donde su patrón solía cambiarse a diario.
No había nadie en el negocio. Salió de la oficina y simuló que iba en su busca, deteniéndose detrás de una pila de neumáticos.







Se asomó y le vio casi de perfil, frente a la taza, meando. Pudo ver el arco de orín cayendo dentro. Aguardó entre la pila de neumáticos hasta que le vio salir y reunirse con unos clientes que llegaban en ese momento.







Luego entro en el baño. Ella nunca entraba allí, prefería ir a la cafetería de enfrente, estaba mucho más limpia. Olía a macho, sólo su atmósfera ya la ponía cachonda.






Vio el borde de la taza salpicado de pis y después vio su ropa colgada en la percha. Había unos boxers blancos. Los descolgó y los olió pegándoselos a la nariz, olió profundamente los boxers de un viejo de más de 60 años.






Se reconoció a sí misma que estaba enferma de calor y desquiciada, que su adicción al Messenger y sus conversaciones calientes había sido capaz de dominarlas, pero los juegos reales y morbosos de su joven vecino resultaban implacables y la arrastraban a una perversión excesivamente poderosa.






Volvió a la oficina y se esmeró en sacar el papeleo adelante, se esmeró en apartar esos malos pensamientos de su cabeza.  







Se aproximaba la hora del cierre. Anastasia estaba apagando a la PC y recogiendo diversa documentación.
Vio pasar de nuevo a su jefe hacia el lavabo, seguramente para cambiarse....







Se levantó deprisa, se colgó el bolso y salió al taller escondiéndose entre los coches hasta que pudo ocultarse entre las pilas de neumáticos.
Se había quitado la camisa y se estaba bajando los pantalones.






No llevaba boxers. Le vio de espaldas, desnudo. Parecía un oso. Tenía una espalda ancha y corpulenta muy peluda y un culo bien gordo, con nalgas abultadas cubiertas de un denso vello, y pudo ver sus huevos entre sus robustas piernas, unos huevos gordos y flácidos, se veian bastante pesados.








El gesto era bruto, descarnado, sin la menor preocupación por ser visto, nunca se imaginaria que su trabajadora joven lo estaría espiando.
Esa vulgaridad animal la paralizó, sintió un calor brutal entre las piernas, como si la vergüenza misma le ardiera por dentro. 
Lo miraba con los labios entreabiertos, temblando, sin saber si debía huir o acercarse a devorar lo que tanto la asqueaba como la encendía.








Al colocarse de perfil para descolgar la ropa, vio la curvatura de su barriga, igual de peluda por todos lados, sus blandengues pectorales y su miembro, una salchicha muy normal pero demasiado gruesa....!! Parecia una coca de lata, incluso mas ancha!! Era mayor, pero era un buen macho con aquel aspecto peludo.







Parecía un latón, incluso más ancha, una cosa absurda, desproporcionada, que le provocó una risa nerviosa mezclada con un calor incómodo. Era mayor, sí, un viejo de sesenta, barrigón y peludo, pero en ese instante se mostraba como un macho completo, un animal sudoroso, impúdico, cargado de una masculinidad rancia que la apretaba por dentro.








Descolgó los boxers y se curvó para ponérselos. A Anii se le calentó la vagina. Aguardó hasta que se colocó los pantalones y los zapatos, luego salió de su escondite, cuando él salía abrochándose la camisa de cuadros.







El silencio del taller se volvía más pesado con cada movimiento suyo, como si hasta los metales y las ruedas fueran testigos mudos de aquella obscenidad que traía la mujer.




-          Hasta mañana, Don Ignacio!!




-          Y espabila, nada de fiebres ni nada mujer...





-          Sí, sí, ya estoy bien...! - Y se giró dirigiéndose hacia la puerta, ofreciéndole el contoneo de su enorme culo, seguramente calentándole la verga que ella acababa de verle.







Fue hasta casa paseando a pesar del calor de aquel mediodía, pensando en lo que estaba haciendo, en los sentimientos que la convertían en una auténtica perrilla.





Era como una enfermedad que la abrasaba, de ser una adicta al sexo virtual había pasado a ser una adicta al sexo real.






Quizás fuese una buena idea pedir ayuda a un especialista, antes de que arruinara su vida. Eran las tres menos cuarto cuando llegó a su departamento.






Su esposo ya estaba en el departamento porque vio su automóvil aparcado en el estacionamiento....






CONTINÚA 






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